septiembre 12, 2012

No importa, era teibolera


Publicado en Publímetro Monterrey

Hay algo aún más doloroso que la violencia: la indiferencia. Durante el verano fuimos testigos de una cantidad escalofriante de homicidios, la mayoría de ellos se han acomodado en lo que las autoridades, medios de comunicación y muchos de nosotros hemos llamado “la lucha entre las bandas”. Un día sí y el otro también salen los voceros del gobierno del Estado a decir que la última muerte se trató de un ajuste de cuentas, como si eso justificara el hecho y no requiriera de la atención de la autoridad y de la sociedad.
Dentro de esta tragedia tenemos además un grupo que se encuentra especialmente vulnerable. Meseros y bailarinas han sido el objetivo de muchos de estos ataques, y el discurso ha sido por demás indignante. Se trata de mujeres y hombres que en ocasiones ni siquiera tienen una identidad porque se las hemos negado. Las mujeres tienen nombres artísticos porque así les han aconsejado trabajar para ganarse la vida. Se trata de Estrella y de Celeste, de Vania y Violeta. Nombres que esconden no solo a la verdadera persona sino también al parecer su derecho a vivir, o al menos que estos delitos sean investigados con la misma seriedad que cuando se trata de respetados empresarios de la localidad.

Entran pistoleros en la noche y disparan sin discriminación contra meseros y bailarinas. Amanecemos con la nota de que apareció tirada en un lote baldío otra mujer en algún municipio del norte o el poniente de la ciudad. Al día siguiente encontramos a otra mujer tirada en un importante crucero del centro con un balazo en la nuca y un letrero fluorescente. Nunca tienen nombre, ni siquiera un seguimiento a sus historias. Se trata de mujeres que probablemente ni siquiera familia tenían aquí. Venían de Veracruz o de Oaxaca, fueron engañadas porque les prometieron que trabajarían como edecanes o modelos. Existen tantas historias de mujeres que viven esclavizadas por los mismos delincuentes que administran estos negocios nocturnos.
Se trataba de meseros que vendían bolsitas rojas, seguramente los mataron porque traicionaron a los proveedores que venden las bolsitas azules. Fue un ajuste, ese negocio no pagó el piso ¿cuántas otras excusas baratas seguiremos escuchando?

La sociedad regiomontana se encuentra inmersa en un velo de indiferencia que no hace más que perpetuar la existencia de estos delincuentes y todos los que a su alrededor nos hacemos los que no pasó nada. Las víctimas tienen nombre, familia, razones para que se les respete como personas. Es increíble la cantidad de desprecio que se genera cuando se intercambian estas notas en los comentarios de las versiones electrónicos de estos periódicos. No faltan los chistes, las alusiones sexuales a la persona que perdió la vida, comentarios como “de seguro estaba metido en malos pasos” como si eso los hiciera perder su estatus de seres humanos.

Más que la violencia, es la indiferencia lo que está matando a esta sociedad. No nos encontramos atrapados en una guerra entre dos bandas, sino que somos alimentadores de ese mismo odio a lo largo y ancho de nuestra existencia. Nos hacemos los sorprendidos cuando nos enteramos de algún nuevo acto de violencia, pero no encontramos ninguna relación entre ésta y el desprecio que manifestamos hacia personas que se encuentran completamente vulnerables. Ni siquiera nos sorprendemos, casi pretendemos justificar las acciones.

Hace poco el vocero del gobierno del Estado declaró en alusión a la múltiple matanza cometida contra el table dance “Matehuala”. Los muertos fueron únicamente meseros, ningún cliente perdió la vida. Eso tranquiliza a la opinión pública, pues en su lógica ningún inocente perdió la vida. Se trataba de personas que estaban metidas en el negocio y seguramente merecían la suerte que les tocó. Si para algo hemos sido buenos es en convertirnos en jueces sumarios que le niegan a las víctimas el derecho a defenderse.
Se trataba de una teibolera. De seguro repartía droga al mismo tiempo que placer a sus clientes. Se trata de algo que los periódicos y los noticieros no hacen más que sumar en esos recuentos macabros, esa despreciable frialdad de nuestra sociedad. No son humanos, solo eran meseros y bailarinas. Las balas matan pero nuestra actitud termina de sepultar toda nuestra humanidad.