Publicado en El SextoPiso
La tarde del jueves 26 de junio me encontré por Lázaro Cárdenas varios árboles podados en la jardinera central frente a Galerías Valle Oriente. No había razón aparente, no estorbaban el tráfico, no era época de poda, no había nada que justificara semejante hazaña de infame sentido común. La mañana del viernes me enteré a través de un diario de circulación local que el motivo era que “tapaban anuncios panorámicos”. Cuando los transeúntes pasan por esas avenidas se sienten distraídos por los árboles, malditos ellos, hay que matarlos.
El verano por lo general se asocia con una extraña costumbre del ciudadano regio: partir a la mitad los árboles frente a su casa, derribarlos y llenar de cemento, ignorar cualquier función que pudieran tener para luego olvidarse que durante quince años tuvieron un hermoso ser vivo frente a su propiedad. Se consideran dueños de ese recurso que es en realidad propiedad de todos, independientemente de quién lo haya plantado en un inicio. Hay un grupo ciudadano que recientemente ha comenzado una campaña para proteger los árboles. Consiste en poner carteles sobre los árboles señalando el delito que significa llevar a cabo este tipo de prácticas. Lástima que no tuvieron oportunidad de hacer lo mismo frente a los árboles de Lázaro Cárdenas, los cuales fueron partidos a la mitad por su mala suerte de tapar los millonarios gastos en publicidad que hacen las empresas que apuestan a tenernos parados ahí durante minutos mientras el tráfico avanza a vuelta de rueda. Uno de esos carteles indica con suficiente sarcasmo que la cultura de una ciudad se refleja en el número y tamaño de sus árboles. Monterrey y su área metropolitana bajo este indicador resultaría deficitario.
Nos encontrarnos ya en un área árida por decisión propia; recordemos que Monterrey solía tener arroyos, árboles y zonas verdes naturales, hasta que decidimos que sobre ellas se verían bonitas algunas casas y negocios, algunas avenidas de importante tráfico y unos cuantos anuncios panorámicos. La tierra de los negocios y las oportunidades no puede darse el lujo de las áreas verdes. Desperdicio idiota de terreno que puede dar dinero, recuerdo no deseado de que somos parte de la naturaleza, esa misma que nos llena de insectos raros y osos negros que visitan nuestras propiedades sin ningún recato. En ninguna casa regiomontana debe faltar una buena dotación de insecticida para matar a esas arañas extrañas y esos ciempiés que de pronto se pasean por nuestro cuarto de televisión. Claro, nos mudamos junto a las montañas, ellos deben entender y respetar. ¿Cómo se les puede ocurrir que son bienvenidos en nuestras casas?
Cuando vi esos árboles derribados sentí una extraña sensación. No sé si decepción o algo así como “con qué otra idiotez van a sorprenderme”. Leer la razón de su destrucción no vino más que a confirmarlo. Vamos por buen camino. Calculo que dentro de unos veinte años lograremos nuestro objetivo sobre el que todos nos hemos sumado sin distingo de ser Tigres o Rayados, priístas o panistas, humildes o desahogados. Vamos bien, el desierto está ya casi al alcance de la mano. Sigamos derrumbando árboles, encendiendo nuestros aires acondicionados día y noche. Sigamos yendo al Oxxo de la esquina en nuestro carro cuando bien podríamos hacerlo caminando (pero qué oso eso de sudar y despeinarse). Todo está apuntado a nuestra idea de ciudad ideal, aquella que cada mañana nos regala cada vez aire más caliente (¿cuarenta grados?, ¿cincuenta?, ¿por qué no?), menos árboles y más concreto hasta donde alcance nuestra vista. Siempre he pensado lo bonita que se vería mi casa sobre la Cola de Caballo. ¿Cuánto tiempo falta para que alguien la fraccione? Será cosa que hagamos una autopista hasta allá. Vamos pensando grande, estimados regiomontanos. El orgullo de esta gran ciudad se lo merece.