diciembre 01, 2010

Impuestos y más impuestos

La semana comenzó preciosa para la política local. Por un lado los panistas hicieron la tarea de hurgar entre los archivos de la campaña de Rodrigo Medina (ésa que parece que sucedió hace décadas), para descubrir que en uno de sus debates televisados dijo fuerte y claro que no crearía más impuestos, mientras que ahora su disminuido secretario de finanzas salió a explicar porqué deberían de mantener la tenencia estatal para algunos modelos.

Por el otro, bastaría retomar algunas de las declaraciones de alcaldes panistas como Fernando Larrazabal o de su empleado que administra Santa Catarina para descubrir que sus reclamos y su loca idea de publicar un par de videos de guerra sucia vendrían a topar con pared. Mientras exigen al gobernador no crear nuevos impuestos, ellos se muerden la lengua cuando sus cabildos proponen la recatastrificación y el aumento en la tarifa para calcular el impuesto a la propiedad que está en manos de municipios.

La verdad del asunto es que hay puntos en común en ambas posturas: ambos necesitan dinero urgentemente después de que sus antecesores (en la mayoría de las ocasiones de su mismo partido político) los dejaron completamente endeudados hasta por las próximas décadas; y ambos necesitan venderle al electorado la idea de que no importa qué tan embarrado de mierda parezca estar, el otro huele todavía peor.

La dinámica irresponsable en la que se subieron varios gobernantes en la última década coincide con la decisión (ahora podemos jurar que no tan brillante) del entonces presidente Vicente Fox por repartir los excedentes petroleros entre los gobiernos locales ¿Cuál es el incentivo al dar más dinero a una burocracia obesa? Seguramente la de contratar a más compadres y gastar más en obras de ésas que lucen en la próxima elección. Cuando se acabó el dinero que mandaba PEMEX, resultó más fácil seguir pidiendo prestado para mantener la nómina que realmente tomar la decisión de cortar la obesidad que se creó artificialmente.

A lo largo y ancho del país, pero especialmente en aquellas gubernaturas donde los titulares tenían fantasías presidenciales, se comenzó a dar este fenómeno de gastar hasta lo que no se tiene, total que el siguiente en la fila cargaría con las facturas. Si queremos encontrar similitudes, ahí tienen el fenómeno de las pirámides, donde la evidente quiebra del sistema solo es rebasada por el hambre inconmensurable de quienes ahora portan la banda de gobernador, presidente municipal, tesorero, o cualquier otra figura en desgracia.

La fórmula parece inevitable. Por todos lados los jefes piden más obra y más gasto, o de lo contrario el electorado se dará cuenta de la terrible trampa en la que se metió el Estado o los municipios con esos contratos de bursatilización que hace siete años sonaban tan brillantes y audaces.

Mientras este par de partiduchos se desgarran las vestiduras por gritar más fuerte el foul del otro, tendríamos que tomar nota mental de lo ridícula e insostenible que resulta su postura. Subir impuestos parece la única salida al desmadre que han venido haciendo por los últimos años.

Triste paradigma: si lo suben, seguro pierde las elecciones. Si no lo suben, seguro pierden al Estado (o municipios).

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