Publicado en Publímetro Monterrey
Llega la noche y con ella la música. No
es el inicio de una melodía famosa o el jingle de algún comercial. Es una
triste realidad para cientos de ciudadanos en la zona metropolitana de
Monterrey. La convivencia social se ve retada constantemente por la decisión de
algunos vecinos por compartirnos sus pasiones musicales al máximo volumen
posible, y con las bocinas afuera de sus casas en algunas ocasiones.
El juego parece más una manifestación de
poder que un genuino intento por disfrutar música. Todos alguna vez lo hemos
padecido, el vecino que acaba de comprar o rentar un karaoke y sus amigos que
después de algunas copas se sienten José José; los que computadora en mano
descargan música norteña para ambientar no solo su fiesta sino la cuadra completa.
Recientemente ha tomado relevancia el
tema desde que en Guadalupe se comenzó a hablar de una multa contra los vecinos
que no saben escuchar su música con normalidad. Inmediatamente otros municipios
se subieron al tren y ahora parece haber un consenso respecto a la problemática
y las consecuencias que puede traer.
Hablemos desde una perspectiva
psicológica. La tranquilidad puede ser medida en decibeles pero también en
otros indicadores que son menos tangibles. La libertad del goce del silencio no
debe negársele a nadie. Los continuos golpeteos de una canción a altas horas de
la noche quiebran con esa posibilidad. No se trata únicamente de ruido,
imaginemos la cantidad de violencia que acarrea una actitud de este tipo. La
convivencia se ve mermada por la prepotencia de aquéllos que consideran que su
derecho está por encima del de los demás.
Hablemos desde una perspectiva económica
¿Cuántos recursos se están perdiendo por el mal descanso o por la falta de
tranquilidad que este ruido implica? El buen desempeño de un individuo está
asociado a varios factores, pero uno de ellos sin duda es haber tenido
oportunidad de un buen sueño, a tener tiempo de calidad con su familia y a
simplemente decidir cuándo y cuándo no escuchar música, especialmente la música
de su gusto y no la de su vecino.
La cuestión de las multas contra los
ruidosos puede tener una connotación presupuestal. Para los ayuntamientos estas
multas significan ingresos frescos en un momento de precariedad. Los
endeudamientos están obligando a las autoridades a buscar dinero hasta donde
antes ni nos imaginábamos. Lo importante, sin embargo, no es la razón detrás de
la acción sino la consecuencia, al menos en este caso. Los diferentes gobiernos
municipales han decidido tomar en serio un problema social que comúnmente ha
sido considerado normal en Monterrey. La música y el ruido parece parte de la
cultura norteña. Tener la capacidad económica de poseer un reproductor de
sonido con potencia es un símbolo de estatus. Viene acompañado con carne asada
y consumo de alcohol. La mayoría de las reuniones se hacen en casa y aquél que
pone el lugar tiene también el gusto de ser anfitrión, algo que en esta ciudad
también tiene un sabor de poder.
No es casualidad que esta cultura
coincida con una ciudad en donde la violencia familiar sea una de las más altas
del país. Acabo de enumerar algunos elementos de la cultura regiomontana que,
combinados, parecen ser ingredientes de agresiones tanto dentro de la casa por
el ruido excesivo y el alcohol, así como entre diferentes vecinos. No podemos
olvidar la violencia que conlleva estar cerca de esas casas ruidosas, y
especialmente cuando los conflictos vienen porque la tolerancia simplemente llegó a su límite y algún vecino se cansó de la
situación.
No se trata únicamente de una cuestión de
ruido sino del tejido social que tanto ha venido hablando el gobierno y la
sociedad civil. La convivencia humana inicia en el respeto al otro. Bajarle un
poco a nuestra música es un buen inicio. Pensar que quien vive a un lado mío
también tiene derecho a decidir su diversión va de la mano. Bien por los
gobiernos municipales que han decidido tomar cartas en el asunto.
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