febrero 13, 2013

Bájale a tu música


Publicado en Publímetro Monterrey

Llega la noche y con ella la música. No es el inicio de una melodía famosa o el jingle de algún comercial. Es una triste realidad para cientos de ciudadanos en la zona metropolitana de Monterrey. La convivencia social se ve retada constantemente por la decisión de algunos vecinos por compartirnos sus pasiones musicales al máximo volumen posible, y con las bocinas afuera de sus casas en algunas ocasiones.
El juego parece más una manifestación de poder que un genuino intento por disfrutar música. Todos alguna vez lo hemos padecido, el vecino que acaba de comprar o rentar un karaoke y sus amigos que después de algunas copas se sienten José José; los que computadora en mano descargan música norteña para ambientar no solo su fiesta sino la cuadra completa.
Recientemente ha tomado relevancia el tema desde que en Guadalupe se comenzó a hablar de una multa contra los vecinos que no saben escuchar su música con normalidad. Inmediatamente otros municipios se subieron al tren y ahora parece haber un consenso respecto a la problemática y las consecuencias que puede traer.
Hablemos desde una perspectiva psicológica. La tranquilidad puede ser medida en decibeles pero también en otros indicadores que son menos tangibles. La libertad del goce del silencio no debe negársele a nadie. Los continuos golpeteos de una canción a altas horas de la noche quiebran con esa posibilidad. No se trata únicamente de ruido, imaginemos la cantidad de violencia que acarrea una actitud de este tipo. La convivencia se ve mermada por la prepotencia de aquéllos que consideran que su derecho está por encima del de los demás.
Hablemos desde una perspectiva económica ¿Cuántos recursos se están perdiendo por el mal descanso o por la falta de tranquilidad que este ruido implica? El buen desempeño de un individuo está asociado a varios factores, pero uno de ellos sin duda es haber tenido oportunidad de un buen sueño, a tener tiempo de calidad con su familia y a simplemente decidir cuándo y cuándo no escuchar música, especialmente la música de su gusto y no la de su vecino.
La cuestión de las multas contra los ruidosos puede tener una connotación presupuestal. Para los ayuntamientos estas multas significan ingresos frescos en un momento de precariedad. Los endeudamientos están obligando a las autoridades a buscar dinero hasta donde antes ni nos imaginábamos. Lo importante, sin embargo, no es la razón detrás de la acción sino la consecuencia, al menos en este caso. Los diferentes gobiernos municipales han decidido tomar en serio un problema social que comúnmente ha sido considerado normal en Monterrey. La música y el ruido parece parte de la cultura norteña. Tener la capacidad económica de poseer un reproductor de sonido con potencia es un símbolo de estatus. Viene acompañado con carne asada y consumo de alcohol. La mayoría de las reuniones se hacen en casa y aquél que pone el lugar tiene también el gusto de ser anfitrión, algo que en esta ciudad también tiene un sabor de poder.
No es casualidad que esta cultura coincida con una ciudad en donde la violencia familiar sea una de las más altas del país. Acabo de enumerar algunos elementos de la cultura regiomontana que, combinados, parecen ser ingredientes de agresiones tanto dentro de la casa por el ruido excesivo y el alcohol, así como entre diferentes vecinos. No podemos olvidar la violencia que conlleva estar cerca de esas casas ruidosas, y especialmente cuando los conflictos vienen porque la tolerancia simplemente llegó a su límite y algún vecino se cansó de la situación.
No se trata únicamente de una cuestión de ruido sino del tejido social que tanto ha venido hablando el gobierno y la sociedad civil. La convivencia humana inicia en el respeto al otro. Bajarle un poco a nuestra música es un buen inicio. Pensar que quien vive a un lado mío también tiene derecho a decidir su diversión va de la mano. Bien por los gobiernos municipales que han decidido tomar cartas en el asunto. 

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