Publicado en Publímetro Monterrey el 11 de marzo de 2013.
La
estrategia cambió. El gobierno federal dejó el discurso belicista y se centró
en acuerdos legislativos que hasta ahora han dado ocho columnas espectaculares
desde la toma de posesión del presidente Peña Nieto. La idea, me imagino, fue
que la inseguridad desaparecería de los periódicos y eventualmente lo haría de
las conciencias de los ciudadanos.
El
diagnóstico parte de un supuesto que puede ser verdad, pero como toda
probabilidad tiene su contraparte. La seguridad es una percepción, dicen los
que saben. Si las palabras dejan de mencionarse el problema desaparece. Lo que
los expertos en mercadotecnia llaman el top
of mind. De esta manera los espectaculares despliegues operativos han
dejado de presentarse y las unidades de la policía federal y del ejército cada
vez se repliegan más. Están pero no están. Poco a poco parece que el objetivo
es que nos vayamos olvidando del problema, como si quisiera esconderse debajo
del tapete para que de esa manera algún día deje de estar.
Los
estrategas suponen entonces que si uno o dos años el gobierno deja de hablar
del crimen organizado, éste volverá a entretejerse en el subconsciente para
dejar de estar presente en todas nuestras charlas. Eventualmente el problema
volverá a ser la economía y la inseguridad será un problema más, mucho menos
grave que los rezagos educativos producto del sindicato de maestros, o los
monopolios que tienen comprometida la economía mexicana.
Políticamente
parece una estrategia eficaz. La idea de Felipe Calderón había sido mantener un
discurso monotemático nacional e internacionalmente. Sus objetivos iban
encaminados a poner alerta sobre un problema que estaba rebasando a las
autoridades municipales y locales, y también señalar la hipocresía de países
que se estaban beneficiando abiertamente del lavado de dinero, específicamente
Estados Unidos. A través de un constante ataque militar y en medios de
comunicación el presidente fue forjando una imagen de un país que se encontraba
en guerra abierta contra la delincuencia, el problema fue que la economía
sufrió las consecuencias.
La
confianza internacional en México se desplomó al tiempo que todos los
hipócritas seguían aplaudiendo la “valentía” del presidente. Los costos fueron
altos y la administración de Peña Nieto ha venido a exhibir aún más los errores
de Calderón. El caso del padrón de personas desaparecidas ha sido quizá el
escándalo más grande hasta la fecha, pues revela un doble discurso donde por un
lado el gobierno ignoró a las víctimas de este delito mientras por el otro
llevó un registro secreto de estas incidencias. También está el caso de
Florence Cassez que vino a poner en duda la credibilidad de las decisiones
judiciales que se tomaron durante la administración pasada. El resultado ha
sido un claro deslindamiento de lo que se había venido haciendo antes y lo que
de ahora en adelante se hará.
Lo que
me parece dudoso de esta nueva situación en la que nos encontramos es que con
el ánimo de reducir el ruido por la inseguridad comience a abrirse paso un
México de rumores nunca confirmados por el gobierno, un país donde los delitos
vuelvan a un nivel hipodérmico y que los medios de comunicación los ignoren.
Como dije antes, puede tener una razón de fondo que es reducir el daño que el
discurso bélico le ha hecho a nuestro país en el ámbito internacional, pero
termine provocando una nueva etapa de simulación.
Esto lo
remarco porque la seguridad es percepción, pero la percepción se alimenta de
los hechos. Ignorar los hechos puede reducir la percepción de inseguridad en
cierto nivel, pero únicamente hará que la burbuja se vuelva a inflar hasta
niveles insostenibles. Siguiendo el discurso calderonista, el combate al crimen
organizado se tuvo que hacer de manera tan abierta porque durante décadas se
decidió ignorar. Si la decisión es nuevamente ésta, las consecuencias ya las
conocemos, solo las estamos mandando al futuro sin resolver el problema de
fondo. Difícil decisión.
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