abril 08, 2013

¿La seguridad es percepción?


Publicado en Publímetro Monterrey el 11 de marzo de 2013.

La estrategia cambió. El gobierno federal dejó el discurso belicista y se centró en acuerdos legislativos que hasta ahora han dado ocho columnas espectaculares desde la toma de posesión del presidente Peña Nieto. La idea, me imagino, fue que la inseguridad desaparecería de los periódicos y eventualmente lo haría de las conciencias de los ciudadanos.

El diagnóstico parte de un supuesto que puede ser verdad, pero como toda probabilidad tiene su contraparte. La seguridad es una percepción, dicen los que saben. Si las palabras dejan de mencionarse el problema desaparece. Lo que los expertos en mercadotecnia llaman el top of mind. De esta manera los espectaculares despliegues operativos han dejado de presentarse y las unidades de la policía federal y del ejército cada vez se repliegan más. Están pero no están. Poco a poco parece que el objetivo es que nos vayamos olvidando del problema, como si quisiera esconderse debajo del tapete para que de esa manera algún día deje de estar.

Los estrategas suponen entonces que si uno o dos años el gobierno deja de hablar del crimen organizado, éste volverá a entretejerse en el subconsciente para dejar de estar presente en todas nuestras charlas. Eventualmente el problema volverá a ser la economía y la inseguridad será un problema más, mucho menos grave que los rezagos educativos producto del sindicato de maestros, o los monopolios que tienen comprometida la economía mexicana.

Políticamente parece una estrategia eficaz. La idea de Felipe Calderón había sido mantener un discurso monotemático nacional e internacionalmente. Sus objetivos iban encaminados a poner alerta sobre un problema que estaba rebasando a las autoridades municipales y locales, y también señalar la hipocresía de países que se estaban beneficiando abiertamente del lavado de dinero, específicamente Estados Unidos. A través de un constante ataque militar y en medios de comunicación el presidente fue forjando una imagen de un país que se encontraba en guerra abierta contra la delincuencia, el problema fue que la economía sufrió las consecuencias.

La confianza internacional en México se desplomó al tiempo que todos los hipócritas seguían aplaudiendo la “valentía” del presidente. Los costos fueron altos y la administración de Peña Nieto ha venido a exhibir aún más los errores de Calderón. El caso del padrón de personas desaparecidas ha sido quizá el escándalo más grande hasta la fecha, pues revela un doble discurso donde por un lado el gobierno ignoró a las víctimas de este delito mientras por el otro llevó un registro secreto de estas incidencias. También está el caso de Florence Cassez que vino a poner en duda la credibilidad de las decisiones judiciales que se tomaron durante la administración pasada. El resultado ha sido un claro deslindamiento de lo que se había venido haciendo antes y lo que de ahora en adelante se hará.

Lo que me parece dudoso de esta nueva situación en la que nos encontramos es que con el ánimo de reducir el ruido por la inseguridad comience a abrirse paso un México de rumores nunca confirmados por el gobierno, un país donde los delitos vuelvan a un nivel hipodérmico y que los medios de comunicación los ignoren. Como dije antes, puede tener una razón de fondo que es reducir el daño que el discurso bélico le ha hecho a nuestro país en el ámbito internacional, pero termine provocando una nueva etapa de simulación.

Esto lo remarco porque la seguridad es percepción, pero la percepción se alimenta de los hechos. Ignorar los hechos puede reducir la percepción de inseguridad en cierto nivel, pero únicamente hará que la burbuja se vuelva a inflar hasta niveles insostenibles. Siguiendo el discurso calderonista, el combate al crimen organizado se tuvo que hacer de manera tan abierta porque durante décadas se decidió ignorar. Si la decisión es nuevamente ésta, las consecuencias ya las conocemos, solo las estamos mandando al futuro sin resolver el problema de fondo. Difícil decisión.

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