
En la pared del metro por primera vez miro los posters. Contienen extrañas caritas felices de todos colores. Me recuerdan los dibujos animados de los gérmenes y los bichos que nos acechan cuando no nos queremos lavar las manos cuando niños.
Son manchitas multicolores, pero además sonríen. Anuncian un producto antidepresivo que presume ser orgánico, hecho a base de biología molecular, y promete ser excelente en el tratamiento contra la depresión
"Porque la vida tiene muchas razones para hacerte sonreír".
Me bajo de la estación y me encuentro a mi lado izquierdo un mercado que presume la novedad de la cultura anglosajona/europea: los alimentos orgánicos. Se trata de versiones reducidas y maltratadas de los mismos alimentos que venden en todos los mercados. Sólo que estos presumen tener cero químicos y agentes agresivos al cuerpo humano como hormonas y demás. Es producto de la naturaleza que perdimos en la última etapa de la industrialización. Ahora son reductos caros de una vida que dejamos atrás por nuestras propias irresponsabilidades.
Entro y comienzo a mirar por todos lados. No puedo evitar ver por todos lados las alusiones a la naturaleza, a la salud, a la vida fresca, casi pueden repetir el mismo mensaje que encontré en el metro: Un camino a la felicidad perdida, al pasado que ya no es.
En la calle un afroamericano le grita con violencia a una joven blanca que se largue, que ella no pertenece aquí. Al mismo tiempo un hombre solitario le pide el baño al gerente de un Wendy's, quien se niega porque no ha comprado.
"Sí compré"
"No compraste"
"Si no me abres voy a mearme en la entrada"
El gerente levanta su celular, un blackberry negro que en México sólo le veríamos al CEO de alguna oficina en Santa Fe, y finge hablarle a la policía.
"Fuck you motherfucker!", y azota la puerta de la entrada.
Me pregunto mientras que le doy otro sorbo a este vino hecho en casa, orgánico, si la vida se ha transformado para siempre en esta puesta en escena. La triste realidad de la vida común en Estados Unidos. La tristeza envuelta en paquetes al lato vacío y desinfectados hasta la saciedad.
La vida que se va.