septiembre 05, 2009

Un libro y una lección

Mi padre es un hombre de pocos regaños. Cuando niño, recuerdo no más de una decena de ocasiones en que él tuvo que reprenderme, y cada una de ellas me dejó una lección que nunca olvidé. Una que recordaba esta tarde apenas tratando de adivinar cómo terminaría la historia del libro que ahora me ocupa, es aquélla de que no hay final que no valga la pena esperar a leer todo el libro.

Una ocasión en el comedor de nuestra casa en Ensenada me encontró tratando de saltar a la última página, se trataba de El Cementerio de Mascotas de Stephen King. Apenas terminaba para mi regocijo de leer la última frase terrosa de la esposa del protagonista mientras estaba a punto de ser apuñalado por la espalda "Buenas noches cariño", cuando las palabras de mi padre me quitaron todo el momento. Tanto tiempo leyendo ese libro y ya sabía el final. Era peor que cuando uno va saliendo del cine y se encuentra a una pareja asombrada gritando "¡pero cómo es que Luke Skywalker es el hijo de Darth Vader!". Demasiado joven para que realmente me haya sucedido saliendo del cine, pero imagínense el momento. Al menos en el libro eran decisiones personales. Nunca lo volví a hacer. De hecho ya no disfruté el resto del libro pues a pesar de que veía que la esposa iba sufriendo y manejando a toda velocidad para alcanzar a estar en su casa para salvar a su familia, yo ya sabía que esa mujer estaba destinada a estar muerta y poseída por los mismos espíritus que habían acabado con el resto del pueblo.

Ahora tal vez se pregunten por qué mi padre me permitía leer esos libros a mis escasos nueve años pero ésa es otra cosa que le tendré que agradecer toda la vida. Su biblioteca siempre estuvo abierta, independientemente de si se trataba de libros de terror o Las Puertas de la Percepción de Aldous Huxley (libro en donde se describe paso a paso el efecto de consumir mezcalina, la sustancia activa del peyote, y cómo el autor va perdiendo la noción de la realidad, pero al mismo tiempo se va sumiendo en estados cada vez más alucinantes y profundos). No sé si eso me dejó más perturbado de lo que cualquier adolescente de por sí ya está, pero al menos me abrió a conocer un mundo que ahí estaba, al alcance de cualquier estante que mi estatura me permitiera o, si no estaba él cerca, incluso subiéndome a su escritorio de caoba que todavía está en la oficina de la casa. Nunca se lo pudo llevar porque cuando construyeron la casa, lo metieron por el marco de la ventana antes de instalarla, y cuando se fue de la casa al menos con eso nos quedamos.

Mi padre alguna vez fue editor. Yo era demasiado pequeño para recordarlo, pero para mí siempre fue un enigma el olor de la goma para pegar las pastas, o aquél de las hojas viejas cuando son abiertas después de tantos años guardándose en el librero sólo para esa ocasión. A veces me encuentro en mi intento de oficina en la casa que ahora vivo, visitando mi librero sólo para abrir libros al azar y transportarme a esos años de mi vida con el olor a papel.

En algunos he puesto notas al principio para recordar lo que pasaba por mi cabeza mientras abría ese libro por primera vez. Es algo que también le aprendí a mi padre. Él puso en una enorme cantidad de sus libros sólo el lugar y la fecha. Algunos me intrigaban, pues decían "Ajusco" cuando para mí el único mundo que había existido era Ensenada. Ajusco era un nombre extraño que sólo tenía respuesta cuando iba con mi madre algo apenado a preguntarle que si qué era. Es la Ciudad de México, mijo. Ah, esa ciudad tan grande y tan llena de recuerdos para mis padres, que para mí sólo representó y representaba la visita a mi tía Pampa, algunos veranos cuando podíamos ir al Club a bañarnos en la alberca en ese mundo snob de mis primos que casualmente se apellidaban igual que yo por una extraña coincidencia del destino donde mi padre y el padre de mis primos ambos se apellidaron Martínez.

Hoy quise terminar un libro antes de tiempo. El regaño de mi padre y todas sus lecciones y ejemplos sobre libros y sobre el respeto y amor que hay que tenerles, me detuvieron. Hoy se lo vuelvo a agradecer, aunque para saber el final del libro tenga que esperarme un par de semanas más. Por cierto, hasta lo que hoy he leído, el premio Alfaguara 2009 es una joya. El Viajero del Siglo de Andrés Neuman.


 

4 comentarios:

Anónimo dijo...

A mi ni siquiera se me había ocurrido hacer eso, supongo que es tu naturaleza tramposa.


Saludos.

PD. NTC jajaja

rm dijo...

jejeje. Anónimo, sé que extrañaste mi ausencia temporal

Batz dijo...

Cuantas veces no he querido dejar un libro a medio camino... pero NO, a mi tambien se me grabo la leccion: hay que terminarlo, aunque sea a paso de tortuga.

Nos quedo mas que el escritorio, no? digo...

Anónimo dijo...

Y un buen escritorio si mal no me acuerdo...

Estudiante de intercambio...