febrero 24, 2011

la risa inoportuna

Sentir que algo va mal con la humanidad se ha vuelto deporte. Sea la ciudad, el estado, el país, el mundo, siempre habrá una razón para decir que todo va mal y que estamos condenando nuestro futuro. Cada vez con más atención hay personas que dicen que antes si estuvimos mal, pero que esta vez va en serio. Los árboles se helaron, los antros se han cerrado de una manera estrepitosa ¿dónde se va a divertir la juventud? Ahora las fiestas son en las casas y los que se vuelven delincuentes son los padres de familia porque no soportan descubrir que sus hermosos niños se han vuelto alcohólicos, depravados, animales en un estado de excitación tóxica. Negarse a este espectáculo es estar tirado en la cama con el pavor de recibir una llamada al celular, o peor aún, no recibirla.

Los sueños se vuelven ya no un resguardo, sino una propagación de los mismos miedos. Sostener un rifle de asalto que en toda mi vida he visto es una rutina. Estamos acostumbrándonos al discurso militar en nuestra vida diaria. Los operativos de personajes que caminan por nuestras calles y que parecen sacados del último estreno de Play Station, nos acostumbramos a bajar la mirada y desviar el camino.

Veía algunos videos sobre lo sucedido en Nueva Zelanda. El terremoto dejó a personas desoladas en cada rincón, pero llamó mi atención que entre la muchedumbre llorosa apareció a foco una mujer que habrá andado en sus veinte, caminando despreocupada entre los escombros, con una mochila al hombro, y una sonrisa de oreja a oreja. Su semblante y actitud contrastaban abiertamente con el contexto en el que se movía ¿Cómo podía reír ante tal calamidad? ¿Qué la podía estar haciendo sentir en ese momento de frescura emocional frente a tanta desgracia? Primero pensé que podría ser la vergüenza frente a las cámaras, o que se haya acordado de algún chiste o momento de la noche anterior, pero su sonrisa se mantuvo.

Me puse a pensar en las consecuencias de algo así. La deshumanización es un cáncer que avanza, podríamos contestar conservadoramente. Alguien un poco más reflexivo podría mencionar que ahí está la prueba de la verdadera naturaleza del ser humano. No está triste por la desgracia, sino feliz por haber sobrevivido a ella. Podríamos pasar horas contemplando la escena una y otra vez, bendiciones de la tecnología, asegurarnos que su sonrisa es genuina y no pagada por algún desgraciado que quiso hacer un programa de cámara escondida en ese momento, bromeando con la gente que iba encontrándose a su paso.

La naturaleza humana sin duda es extraña. Nos puede permitir ver a través de esa lente una realidad que solo ha existido en nuestra cabeza, o nos transporta en velocidad vertiginosa hacia destinos en los que por pura suerte hemos sobrevivido, y vemos lo peor de nuestros propios actos, sus crudas consecuencias. Tal vez lo único cuerdo que nos quede por hacer ante estas situaciones sea, efectivamente, reírnos mientras caminamos entre escombros.

1 comentario:

carlos vázquez ferrel dijo...

Buen texto!
Saludos