El triunfo
de Peña Nieto no pudo haberse logrado sin la operación de gobernadores priístas
en todo el país, con excepciones como Tamaulipas y Nuevo León donde los
titulares fracasaron, pero eso no quiere decir que no lo hayan intentado.
El gasto
que hicieron puede notarse como la punta de un iceberg que seguramente en los
próximos meses iremos descubriendo. Los escándalos de Monex y Soriana en las
operaciones para financiar a los representantes del PRI en las casillas estoy
seguro que solo se trata de una pincelada de toda la obra.
No vengo
aquí a hablar de eso, sino de los motivos que pudieron haber llevado a estas
operaciones.
Las
conversaciones reveladas en 2006 entre Elba Esther Gordillo y el entonces
gobernador de Tamaulipas Eugenio Hernández (hoy investigado por la SIEDO por
presunto lavado de dinero) daban fe de una operación gigantesca perpetrada por
los gobernadores priístas para apoyar al entonces candidato Felipe Calderón del
PAN. Desde el triunfo de Vicente Fox no había habido grupo político más feliz
que los propios gobernadores que por primera vez en la historia no tenían un
jefe en Los Pinos.
Los excesos
comenzaron desde que Vicente Fox decidió regalar recursos de los remanentes
petroleros a las entidades federativas prácticamente sin ningún tipo de
fiscalización. Cuando se acabaron los sobrantes petroleros vinieron las deudas
para mantener las nóminas infladas y los desvíos para las campañas electorales
a gobernadores. Los mapaches se hicieron nacionales, pues se inventó la
modalidad de préstamo de operadores de un gobernador a otro que apenas llegaba.
Pudimos ser testigos de esto cuando se descubrieron operadores de Nuevo León
apoyando el triunfo del PRI en Zacatecas y qué decir de Michoacán donde las operaciones
priístas fueron tan abiertas que era vox populi no solo sus gastos sino la
intensidad con la que estaban trabajando desde el Estado de México, Veracruz y
otras entidades.
¿Por qué en
2006 los gobernadores traicionaron a su propio partido? Parecían muy felices de
no tener alguien que los controlara desde Los Pinos, la respuesta parecía
lógica. Pero algo pasó durante la administración de Felipe Calderón que los
hizo pensar dos veces en apoyar a otro partido en 2012.
Puedo imaginarme
que tuvo mucho que ver la campaña de guerra emprendida contra gobernadores
priístas especialmente en el norte del país por parte de Calderón. La
incomodidad de un jefe del PRI en el Ejecutivo Federal ahora parecía cosa menor
frente a las agresiones y acusaciones de complicidad con el crimen organizado que
desde Los Pinos se hicieron y que se multiplicaron en la campaña de Josefina
Vázquez Mota.
Esta vez
los operadores funcionaron a favor de su candidato y Enrique Peña Nieto ganó la
presidencia. Pero vienen nuevas preguntas que apenas comenzaremos a observar.
¿Cuáles
serán las condiciones sobre las que se sentarán las relaciones entre
gobernadores priístas con su presidente? ¿Habrá sana distancia o permitirán que
Peña Nieto se involucre en sus asuntos locales? Mi lectura es que el acuerdo de
apoyo vino con la condición del respeto. Los pequeños virreyes tendrán garantía
de acción y Peña Nieto se dedicará a otros asuntos.
¿Qué tan
funcional sería este acuerdo? Tendremos que anotarlo sobre la magnitud y la
frecuencia de los excesos de nuestros gobernadores, que parecen ir a la alza en
impunidad y en el cinismo con el que se hacen a un lado cuando se trata de
perseguir a los culpables de los escándalos.
Irónicamente,
la legitimidad de Peña Nieto está apenas sostenida sobre su capacidad de dar
resultados en el corto plazo, por lo que seguramente este acuerdo tendrá que
ser roto tarde o temprano ¿cómo responderán los gobernadores?
El juego
entre gobernadores y presidentes hacía mucho que no era tan interesante en
nuestro país.
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