julio 10, 2012

Los gobernadores


El triunfo de Peña Nieto no pudo haberse logrado sin la operación de gobernadores priístas en todo el país, con excepciones como Tamaulipas y Nuevo León donde los titulares fracasaron, pero eso no quiere decir que no lo hayan intentado.
El gasto que hicieron puede notarse como la punta de un iceberg que seguramente en los próximos meses iremos descubriendo. Los escándalos de Monex y Soriana en las operaciones para financiar a los representantes del PRI en las casillas estoy seguro que solo se trata de una pincelada de toda la obra.
No vengo aquí a hablar de eso, sino de los motivos que pudieron haber llevado a estas operaciones.
Las conversaciones reveladas en 2006 entre Elba Esther Gordillo y el entonces gobernador de Tamaulipas Eugenio Hernández (hoy investigado por la SIEDO por presunto lavado de dinero) daban fe de una operación gigantesca perpetrada por los gobernadores priístas para apoyar al entonces candidato Felipe Calderón del PAN. Desde el triunfo de Vicente Fox no había habido grupo político más feliz que los propios gobernadores que por primera vez en la historia no tenían un jefe en Los Pinos.
Los excesos comenzaron desde que Vicente Fox decidió regalar recursos de los remanentes petroleros a las entidades federativas prácticamente sin ningún tipo de fiscalización. Cuando se acabaron los sobrantes petroleros vinieron las deudas para mantener las nóminas infladas y los desvíos para las campañas electorales a gobernadores. Los mapaches se hicieron nacionales, pues se inventó la modalidad de préstamo de operadores de un gobernador a otro que apenas llegaba. Pudimos ser testigos de esto cuando se descubrieron operadores de Nuevo León apoyando el triunfo del PRI en Zacatecas y qué decir de Michoacán donde las operaciones priístas fueron tan abiertas que era vox populi no solo sus gastos sino la intensidad con la que estaban trabajando desde el Estado de México, Veracruz y otras entidades.
¿Por qué en 2006 los gobernadores traicionaron a su propio partido? Parecían muy felices de no tener alguien que los controlara desde Los Pinos, la respuesta parecía lógica. Pero algo pasó durante la administración de Felipe Calderón que los hizo pensar dos veces en apoyar a otro partido en 2012.
Puedo imaginarme que tuvo mucho que ver la campaña de guerra emprendida contra gobernadores priístas especialmente en el norte del país por parte de Calderón. La incomodidad de un jefe del PRI en el Ejecutivo Federal ahora parecía cosa menor frente a las agresiones y acusaciones de complicidad con el crimen organizado que desde Los Pinos se hicieron y que se multiplicaron en la campaña de Josefina Vázquez Mota.
Esta vez los operadores funcionaron a favor de su candidato y Enrique Peña Nieto ganó la presidencia. Pero vienen nuevas preguntas que apenas comenzaremos a observar.
¿Cuáles serán las condiciones sobre las que se sentarán las relaciones entre gobernadores priístas con su presidente? ¿Habrá sana distancia o permitirán que Peña Nieto se involucre en sus asuntos locales? Mi lectura es que el acuerdo de apoyo vino con la condición del respeto. Los pequeños virreyes tendrán garantía de acción y Peña Nieto se dedicará a otros asuntos.
¿Qué tan funcional sería este acuerdo? Tendremos que anotarlo sobre la magnitud y la frecuencia de los excesos de nuestros gobernadores, que parecen ir a la alza en impunidad y en el cinismo con el que se hacen a un lado cuando se trata de perseguir a los culpables de los escándalos.
Irónicamente, la legitimidad de Peña Nieto está apenas sostenida sobre su capacidad de dar resultados en el corto plazo, por lo que seguramente este acuerdo tendrá que ser roto tarde o temprano ¿cómo responderán los gobernadores?
El juego entre gobernadores y presidentes hacía mucho que no era tan interesante en nuestro país. 

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