Original en el SextoPiso
También esta semana: "Mirar hacia la libertad" de Carlos Vázquez
Editorial: "El estado de la sociedad en México"
Nos oyen hablar de este tema el próximo miércoles en el 90.5 FM de Monterrey o en Radio UDEM
Bajamos del auto después de haber dado varias vueltas a la cuadra. Encontrar lugar aquí resulta una empresa imposible. Autos estacionados en dobles filas, cajas de frutas vacías y diablitos para cargar apoderándose de los pocos espacios, por no hablar de los puesteros que intentan aumentar las dimensiones de sus locales hasta media calle. La gente haciendo ríos en las calles e ignorando que esos espacios fueron originalmente diseñados para automóviles. Aquí lo único que se mueve es gente, camiones fruteros (y verduleros de vez en cuando), y camiones de ruta. Algunos pasan por Ruperto Martínez. Respetan, aminoran su velocidad. Si uno los ve pasar por Juárez la cosa es diferente pues la velocidad les gusta a los choferes, pero aquí no.
“Tres pesos, todo a tres pesos”. Andábamos mi madre y yo buscando un cuaderno dónde anotar estas impresiones porque tuve que ir al mercado sin antes detenerme en mi casa. Le pregunto a la primera vendedora que me encuentro dónde pueden vender cuadernos y me responde con una sonrisa burlona. No señor, aquí puras frutas y verduras. Había dejado mi carro enfrente en un estacionamiento público. Más al rato me dirían que son catorce pesos por una hora y algo más. Se me queda viendo la encargada del estacionamiento mientras le saco un billete de veinte pesos, de esos que tienen una ventanita, luego me da el cambio.
Tuve la oportunidad de que me acompañara una visitante de lujo. Mi madre tiene desde el domingo en Monterrey y le dije que me acompañara a esta visita. Lo interesante de esta perspectiva es que sería la visión de una compradora en el Mercado Juárez, pero una compradora que no es de aquí. Una compradora que nos visita desde la ciudad de Ensenada, y quien pasó algunos buenos años de su vida en el Distrito Federal. Detalles como llamar “marchantes” a los vendedores fueron producto de miradas extrañas de parte de ellos. Cuando después del estudio le hice notar que aquí no se les decía marchantes no pudo más que sonreír.
La primera vendedora nos dice a mi madre y a mí que a una cuadra puedo encontrar uno. Mientras voy saliendo de la primera cuadra como me habían indicado, me encuentro una bocina a muy alta velocidad con una voz masculina “todo a tres pesos, todo, pásele y compruebe la calidad de lo que vendemos. Todo a tres pesos”. Imaginé que ahí podría encontrar un cuaderno de tres pesos y entré. Sólo pude hallar unas libretas con imágenes de niñas en colores pastel, pequeñas pero suficientes para la tarea. Compré dos para que mi madre hiciera anotaciones y yo hiciera lo propio. Luego me percaté que sería mejor dejarla ser mientras yo la seguía anotando y así se lo hice saber. Tú pregunta y negocia con los comerciantes mientras yo tomo notas. Interactúa con ellos, pregúntales cosas. Salió mucho mejor de lo que yo pensaba.
La primera parada fue en un puesto de frutas. Preguntó mi madre frente a una pila de mangos que si eran Manila. La respuesta fue negativa. Son ataulfo. Los Manila llegan hasta Mayo. Más adelante encontramos unas jaulas con pericos y algunas otras aves. “Cuál le gusta, cual le doy”. Le pregunto al vendedor que si cuánto por el perico verde que no paraba de gritar con todas sus fuerzas. Dos mil pesos “¿Y ya habla?” preguntó Olga (mi madre) “Sí, sí, ya habla” fue su respuesta “¿se lo lleva?” El perico no para de gritar. Aumenta su voz en un momento en que el vendedor inclina las jaulas para tirarles el agua y ponerles agua nueva.
Mientras avanzamos, encontramos a dos personas comiendo en un plato improvisado hecho de papel varios aguacates rebanados con camarones. Al momento que veo y anoto eso me percato que mi madre ha avanzado al siguiente local, uno con ajos y chiles de fuerte olor, pero que también tiene en su entrada unos canarios que cantan melodiosamente. Pregunta que si cuanto cuestan y le dice un muchacho que se encuentra pelando ajos para ponerlos con su mejor vista que esos no están a la venta, que sólo se venden los de adentro, hijos de los cantores. Cruzamos la calle y nos encontramos a un señor que vende chorizo. Llévelo que se está terminando. Cuánto vale el chorizo, le pregunta mi madre, 10 pesos el de Monterrey, el de Matehuala vale dos pesos la bolita. Y qué tiene de diferente éste al de Monterrey. Que éste habla portugués y el otro alemán (risas), un compañero de otro local le grita al de los chorizos “no le pegues a la mamada”, mientras que el otro contesta “éste habla griego”. A ver pues, déme veinte ¿Veinte pesos o veinte bolitas? Veinte pesos. El vendedor empieza a contar bolitas y se pierde. Empieza a contar otra vez. Su compañero del otro local le vuelve a gritar “¡No sabes contar!” y éste se pone nervioso, le contesta “es que se me pierde la brújula”. Mi madre empieza a ayudarle a contar las bolitas hasta que llegan a veinte pesos. Le da un billete de cincuenta y el vendedor le pregunta a su compañero que si tiene cambio ¿No tienes feria? Como que no tienes feria, si tienes más feria que el banco. Va y busca el cambio a otro local y se lo da a mi madre.
Avanzamos a otro local y nos acercamos a las piñas. Bolas de piña a diez pesos, bolas de piña. A un lado se encuentra una señora cortando nopalitos ¿Están tiernitos? Si, bien tiernitos ¿Desde qué hora se ponen ustedes? Desde las ocho de la mañana a las ocho de la noche todos los días. Cuánto la bolsita. Hay de diez y de veinte. Déme una de veinte. Vamos avanzando rumbo a la esquina y le pregunto a mi madre que si cómo se llaman las calles ¿Cómo se llaman? Le pregunta a otra vendedora de nopalitos. Ruperto y Colegio ¿Colegio? Colegio Civil, le responde con algo de pesadumbre ¿Y qué son esas bolitas? Son de pipián para los nopalitos. Cruzamos de regreso. Nos encontramos a una señora con una camisa de los Rayados del Monterrey. Nos acercamos a otro local, tomates a dos por diez pesos ¿Lo puedo escoger? Claro claro, aproveche. Hoy es el último día a dos por diez, mañana va a estar a diez pesos el kilo. Compra algo de tomates. Luego encontramos una señora que vende bolsas a 1 peso para que ponga todo el mandado. No batalle seño. Compramos además a un lado una bolsa de duraznos a 10 pesos.
Llegamos a una tienda de semillas. A cuánto la lenteja, a 14 pesos ¿Y qué diferencia con éstas otras? Esas no son lentejas señora, son chícharos (risas) mire nada más. Ya se notó que no soy de aquí ¿verdad? ¿De dónde es? de Ensenada Baja California ¿Cuánto vale el cacahuate? 6 pesos la bolsita, no tiene sal. Déme dos bolsitas. También déme un kilo de lenteja y un kilo de frijol. Son 49 pesos en total. Muchas gracias seño, que se la siga pasando muy bien en Monterrey ¿Cuánto el chile colorado? Cinco pesos ¿Y el champiñón? 15 pesos ¿Por qué tan caro? Así viene señora. También me llevo un paquetito de cebollas ¿Moradas o blancas? Blancas. Son 25 pesos en total. Ahorita le doy la feria. Me dice a mí que mire la hierbabuena. Empezamos a andar por el pasillo. Guayaba guayaba, lleve su guayaba. Cuánto el cilantro, 7 pesos, ¿y el chile güero? 5 pesos, llévese la papaya papaya.
Me dice mi madre en voz baja “Mira, se echan sus versos para vender”. Escucho y dicen “Llévese su cucurucho”, “Papa cuatro, papa cuatro” “Chile pa rellenar. Cuánto el chile, a 15 pesos ¿Ay pero por qué tanto? Si quiere aquí hay de 12, pero está torcido le dice mi madre. Me dice a mí “tienes que fijarte que no esté torcido porque luego es una friega para rellenarlos”. Mi madre comienza a decirle marchante al vendedor y se le queda viendo raro. Mi madre es de Veracruz y vivió en el Distrito Federal. Vamos al carro a dejar la verdura que hemos comprado hasta ahora porque ya pesa mucho. Le dije desde un principio que sólo interactuara pero en cada puesto está comprando todo, me está saliendo muy cara la investigación.
“Mira, berros”. Cuánto el manojo. Diez pesos. Voy a agarrar dos. Vamos por la papaya. Le digo “aquí hay”. No, no, no, vi una papaya mejor por allá. Cuánto la papaya. 8, digo 10 pesos el kilo. Son 30 pesos en total. Mientras caminamos mira una canasta de fríjol negro y me dice “Fíjate lo que es la costumbre. Compré frijol peruano y aquí hay negro. Se me olvidó”. En Ensenada no venden frijol negro. Pasamos por otro puesto donde hay piñas. Dígame si ésta está buena. Se la garantizo seño. No, que si ya está madura. Sí, sí. ¿A cómo está la bolsita de papa? Pregunta mi madre. A diez. Yo le digo que ya compró papa. Se voltea y nos seguimos caminando ¿Falta mucho m’hijo? Le contesto que como una hora. Pero eso dijiste hace una hora. Te espero mejor en el carro que yo ya me cansé. Vamos allá enfrente. No, hay que seguir dándole la vuelta a esta cuadra.
Pasamos por una tienda de jugos naturales. Qué calles son éstas. Aramberri y Juan N. Méndez. Pasamos viendo verduras. Me dice “Mira las guayabotas”. Lleve guayabas seño. Cuánto el kilo. Veinte pesos “ay qué caro, señor”, pero nunca va a encontrar guayabas tan grandes aquí. Aquí venden puras caniquitas. Seguimos caminando después de comprar un kilo y nos encontramos un señor vendiendo quiote de maguey. Qué es eso, pregunta mi madre, es quiote. Ay, déjeme tomarle una foto. Yo le digo que no tome fotos, que siga caminando. El vendedor dice que miremos, que allá tiene los quiotes completos. Le pregunto que si no quiere un pedazo. Me dice que no, le digo que me dé uno al vendedor. Le saco un billete de cien y me contesta, no trae cambio oiga.
Cruzamos, ¿llevo carne para los chiles? Enfrente hay una carnicería. Entramos y la empieza a ver, “está muy fea la carne, hijo”. Molida, me da un kilo. El vendedor lo saca de abajo, no de lo que está en la vitrina. No, no, no, no, mejor no. No le dio confianza que lo sacara de abajo. Luego ya saliendo “Fíjate que se me hizo muy rara esa carne. Estaba en 20 pesos, ha de ser de caballo. Ya vámonos, ya no hay nada que ver.
Le pregunto “¿Cuánto gastaste? 210 pesos ¿Rindió? Sí, y está todo muy fresco, es la ventaja de comprar aquí en lugar de en el mercado ¿Está mejor que en el Distrito Federal? Está más sucio, ¿y de precio? No me acuerdo, hace mucho que no voy a mercados del DF. Estamos sentados y abrimos nuestro quiote. Enfrente hay una farmacia del señor de la botarga, pero no hay botarga. Nuevamente otra tienda de esas de tres pesos, todo a tres pesos.
Sigue diciéndome mi madre, te relacionas con la gente. Si ya vienes con regularidad ya conoces a tus marchantes y te dan tu ñapa. Le pregunto que es ñapa, y me dice que el pilón, te dan más producto de lo que marca la báscula. Le digo que pruebe el quiote, le da una mordida y pone cara de desagrado. Me dice que sabe a vino con chile. Más bien como tequila. Lo tienes que apretar con los dientes para que salga el jugo. Sabe como a fruta fermentada.
Le doy una mordida y efectivamente sabe como a tequila. Le pregunto que si se traga o se escupe la fibra del quiote. Me dice que no sabe. Le pregunto a un señor que está sentado afuera de la carnicería y me contesta que no se traga. Se escupe.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario