Retroceso de una realidad que ni siquiera había llegado a comprender completamente. Por un momento dejé de ser yo. Dejé de respirar como lo hago desde que nací hace veintiún años. Miré mi cuerpo desde fuera, como lo ven el resto de la humanidad cuando me conocen, cuando me miran vivir.
La música lo llenaba como si se aferrara a no perderse en su propia conciencia, en su propia autocrítica.
Perdí el momento y regresé, pero ahí estuvo, como un testigo irrefutable de que es posible salir de uno para reverlarse como una alteridad identificada como uno mismo, una duplicidad de la identidad que supuestamente tendremos siempre como algo que nadie nos puede quitar.
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