El pecado del control de la inflación

Ante los sucesos de inflación que hemos sufrido durante enero, hemos tenido que reflexionar tanto profesionales como amatéurs en esto de porqué el maíz está tan caro.

Teorías sobre el etanol, sobre prácticas monopólias de GRUMA, sobre la estructura ejidal de la mayoría de la producción del maíz en México, y sobre la próxima libre importación de maíz y frijol en 2008, han sido algunas de las respuestas. Creo sinceramente que todas ellas tienen algo de la respuesta aunque dejan de lado un asunto importante.

Después de la llegada de Miguel de la Madrid a la presidencia vinieron una serie de crisis económicas producto de la caída del precio del petróleo y del excesivo gasto de López Portillo, que redundó en la declaración de imposibilidad de pagos. Ésta decisión repercutió fuertemente en la confianza que los inversionistas extranjeros tenían en México, y provocó crisis sucesivas que algunos calificaron de castigos premeditados a nuestra irresponsabilidad.

La deuda externa era inmensa, y los ingresos mínimos. La necesidad de controlar la inflación fue la orden desde Washington como requisito para recibir ayuda, no sólo para México sino para todos aquellos países Latinoamericanos que se vieron envueltos en la misma situación.

Uno de los principales sacrificios de amputar el gasto de esa manera era olvidarse del crecimiento económico y la posibilidad de ofrecer empleos a los jóvenes que iban llegando a la edad de convertirse en fuerza laboral. De un año para otro se derrumbó la economía mexicana, y se apretó el cinturón de una manera catastrófica. La decisión hubiera sido como si un gordo decide dejar de comer de un día para otro, esperando que su cuerpo adelgace. Ingenuamente también esperando que su cuerpo no resienta este duro golpe.

Mucho se ha discutido sobre si había otra alternativa ante la irresponsabilidad y descuido tanto de Echeverría como de López Portillo de los indicadores económicos. Sin embargo, algo que sí ha despertado comezón fue la decisión sobre quién se recargaría la factura de la borrachera populista.

En lugar de que el golpe fuera generalizado, la decisión de controlar el precio a toda costa recayó sobre el salario mínimo, el cual se depreció hasta niveles que a la fecha no se ha recuperado. Muchos de los problemas educativos, de salud y de nutrición que hoy padecemos tienen que ver con esa decisión de reducir relativamente el ingreso de la familia mexicana hasta un 15% de lo que valía en 1975. Mientras los ingresos de los mandos altos se mantuvieron y hasta se elevaron meteóricamente en algunos casos, la mayoría de la población vio reducido su nivel de vida con un soplido del Banco de México.

La diferencia de ingreso entre el decil más alto y el decil más bajo se multiplicó durante estos veinte años, principalmente porque la protección del gobierno siempre ha ido encaminada a proteger a la elite económica. Su idea siempre ha sido simple: proteger a la elite significa que ésta mantenga las empresas andando, y los indicadores macroeconómicos relajados. El costo de estas decisiones eventualmente se iba a tener que pagar.

El aumento en los productos básicos ejerce presión sobre las metas inflacionarias, y remueve la máscara de estabilidad financiera que siempre fue la mejor justificación del Banco de México para no promover el crecimiento y la competitividad dentro de la economía mexicana.

Todo pecado siempre lleva su penitencia. La presión que desde abajo vendrá para remover candados al crecimiento puede venir en el peor momento, y puede ser leído como descontrol por parte de inversionistas que ya habían anunciado invertir en México durante 2007.

El control inflacionario siempre fue la tapa de una olla de presión. Eventualmente iba a comenzar a silbar. Ninguna economía puede ser sostenida simplemente con una decisión absurda de no invertir en nada. La actuación del BdeM debería tener otras tareas más allá de defender el estancamiento económico a toda costa con tal de mantener la inflación en menos de 5%. Una de las condiciones básicas de cualquier sociedad capitalista es la movilidad de las elites ¿Cuántos años tenemos sin esto?

El rezago económico es mucho más grande de lo que parece ante las cifras maquilladas que nos llegaron a mostrar como la novena economía del mundo. La farsa poco a poco se les ha ido cayendo. Desgraciadamente la factura parece nuevamente recaer en los que menos tienen. El precio de la tortilla es sólo un síntoma de una economía enferma que a base de aspirinas quisieron hacerla olvidar sus problemas estructurales.