(Publicado en el Sexto Piso el 12 de marzo de 2007)
El viernes pasado se presentó el libro “ciudadanos, decisiones públicas y calidad de la democracia” de Freddy Mariñez en el Tec de Monterrey. La afluencia de personas fue plena y exitosa. El libro llamó la atención, el fin de cualquier presentación es lograr eso. Varios de los temas que se tocaron durante la plática se encuentran condensados en el título de la obra, pero algunos otros no.
Empecemos con esta emocionante aventura: la decisión pública proviene de la decisión de la sociedad por querer hacer algo. Lo novedoso de esta nueva aproximación hacia el establecimiento de la agenda política tiene que ver con que sean los mismos integrantes de la sociedad quienes lo hagan, y ya no la autoridad como un ejercicio unilateral producto de la legitimidad que lograron al ganar las elecciones. Algunas cosas se dijeron sobre si verdaderamente el público tiene opinión o es el mero acto de seleccionar decisiones que otros ya han prefabricado como si se tratara de un menú en un restaurante. Esto implicaría que los líderes de opinión se han convertido de la noche a la mañana en los nuevos dueños de la agenda política, y que tienen mucho más poder que quienes supuestamente son elegidos para establecerla y llevarla a cabo. En esta otra parte no me pienso meter para centrarme en otra que sí me preocupó, pero dejo abierta la interrogante ante ustedes.
El concepto de ciudadanía, se quejaba uno de los comentaristas, es que parte de la premisa que todos somos iguales, con la misma capacidad de saber lo que nos conviene y lo que no, cosa que no es verdad pues resulta evidente que las profundas desigualdades socioeconómicas permiten que unos cuantos impongan su modo de ver al país sobre los demás, y que muchos otros ni siquiera sepan lo que les conviene a largo plazo. De ahí entonces se saltó a la “necesidad de construir ciudadanía” sobre valores compartidos para así poder homogenizar a la sociedad.
Aunque en primera instancia debería sumarme a esta oleada eufórica de construir ciudadanía, me suena también un poco preocupante la aseveración por todo lo que implica. El término construir nos recuerda la importante labor que llevan a cabo obreros, albañiles, ingenieros y arquitectos para transformar sus diseños en computadoras o papel de edificios, puentes o caminos. Parte de una idea original sobre la cual el diseño se transforma en un producto final que busca satisfacer a quien lo diseña, y a cierto número de beneficiarios del mismo. Cuando hablamos de construir también es considerar que lo anterior necesita ser modificado para funcionar (o para funcionar mejor).
Salvo cuando se trata de construcciones artísticas, una base de esta labor consiste en lo repetitivo del producto final. Se aprende una técnica, se busca el material y finalmente se transforma a través de la aplicación de trabajo directo. El único material que se tiene para construir ciudadanía es al ciudadano mismo. La herramienta tendrá que ser la educación, y aquí es donde comienzan los problemas ¿Cómo decidir qué es lo que debe inculcársele al individuo para poder “funcionar” en la sociedad? ¿Quién decidiría esto? ¿Cuáles valores serán discriminados y cuáles no? ¿Qué segmento de la sociedad es la “virtuosa” frente al resto que resultaría por consecuencia “viciosa”? (utilizando los términos aristotélicos de la sociedad, disculparán ustedes).
La construcción considera que el material original puede ser moldeado moderada o hasta drásticamente con el objetivo de lograr el producto que se desea. Consideramos al individuo mexicano con déficit ciudadano porque carece de muchos de los valores que en otras sociedades se han planteado y “construido” para funcionar correctamente. No puedo estar más de acuerdo respecto al déficit, pero no en la forma de pagarlo. Habría que tomar con mucha precaución la idea de construir sobre nuestros valores. Probablemente caeríamos en relativismos culturales importados de Occidente que nada tienen que ver con nuestra propia manera de ver la ciudadanía.
En resumen, sí necesitamos considerar a la ciudadanía como un elemento esencial para pensar una mejor sociedad, pero debería hacernos ruido la idea de la construcción ciudadana. Muchos han hablado de la necesidad de cambiar la clase de civismo que actualmente su contenido parece un curso de religión fanático-patriótica, por una donde se inculquen valores como la democracia, la tolerancia (otro tema polémico porque tolerancia significaría “soportar lo diferente”, no aceptación), los derechos humanos, la participación ciudadana y otros tantos valores que todos aceptamos. Sin embargo la ciudadanía exigiría también otros valores que no son tan universales, como podría ser la autonomía de las regiones frente a la unidad nacional (el asunto de los indígenas), la participación del Estado en asuntos económicos frente a dejar que la iniciativa privada haga todo (el asunto de las privatizaciones), la educación religiosa, los valores familiares, los dilemas morales como la eutanasia, el aborto y los matrimonios entre personas del mismo sexo, y otros temas que apenas comienzan a entrar a nuestras discusiones como los alimentos transgénicos y la clonación humana.
Conforme vayamos avanzando hacia una definición más compleja de ciudadanía, estos problemas comenzarán a surgir con mayor frecuencia ¿Cómo podremos mantener la imparcialidad al momento de construir ciudadanos? ¿Quiénes serán esos profesores completamente ecuánimes que podrán mostrarle al individuo todas las posibilidades sin mostrar su propia preferencia por una u otra?
La ciudadanía a final de cuentas no debe ser un estado ideal de la sociedad, sino la expresión de nuestra propia cultura. Darle un grado superlativo de espiritualidad a algo que no lo tiene sencillamente hace que se produzcan más ídolos a los cuales adorar sin cuestionarlos. La ciudadanía es ese nuevo paradigma hacia el que todos queremos llegar. No refuto el hecho de intentarlo, sino el hecho de tratar de construirlo como si anteriormente no hubiera habido nada.
Una respuesta sencilla e idealista a esto podría ser la elaboración de un esquema en el que todos estemos de acuerdo para posteriormente aplicarlo a todos los ciudadanos como asignatura básica en su formación académica. Esto implicaría el ejercicio de una o varias consultas públicas para conocer estos valores, y siempre se tendría el peligro de que las mayorías se impongan moralmente a las minorías que también merecen todo el respeto de existir y no ser forzadas a compartir valores “universales”.
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