agosto 27, 2008

Odio el vino

Para quienes me conocen probablemente esta frase con la que titulo mi escrito les parecerá una tontería, hasta una provocación. Después de años de convencerlos de los beneficios de saber tanta información absolutamente irrelevante como el color, los taninos, los dulces y los amargos, el vino a contraluz o lo pesado o ligero de esta bebida, ahora salirles con esto.

Y es la verdad. Mientras la noche del martes daba un trago a un shiraz australiano que tenía algunos días en el refrigerador me di cuenta que en realidad odio ese espeso sabor que deja el vino al final. Si no es un metálico repugnante, es un sabor madera que parece que uno le dio una fuerte mordida a un viejo corcho. De barrica francesa si quieren, pero no deja por eso de ser un simple trozo de árbol mojado en agua vieja de uvas. No sería para menos su molestia después de estos dos párrafos. Al haber comprado un abrecorchos eléctrico que hace el trabajo fácil para uno. Pones, presionas un botón y sale el corcho después de algunos segundos. O qué decir del refrigerador aquél en donde acomodé algunas de mis preciadas botellas de sesenta pesos para que se mantuvieran a catorce grados. Una vez que llegó el primer recibo de luz me di cuenta que esto no iba a ser muy divertido. El juego de copas de cristal fue un exceso, lo reconozco. Todo para darme cuenta que la verdad el vino es como un escupitajo. Es el descubrimiento de que lo fermentado no por fino y caro deja de ser podrido.

O que alguien me diga que aquellos quesos duros que nos intentan vender por cientos de pesos en las áreas delicatesen y que tienen la consistencia de un zapato viejo y el olor algo parecido son de su agrado. Podrá haber aquellos pretensiosos que para verse como hombres y mujeres de mundo nos quieran venir a hablar de la belleza de estos productos, de la explosión de sabores que genera un buen queso de cabra bajo la lengua, untándose en rincones de nuestra boca que ni uno podría reconocer. La presunción existe en este mundo, y los sufrimientos por los que uno tiene que pasar para verse educado en su paladar no se diferencian mucho de aquéllos otros dolores que pasaban las mujeres al final del siglo diecinueve para amoldar su cuerpo en corsés de la mitad de su tamaño.

Pensando en estas ocurrencias es que comencé a reflexionar sobre algunos aspectos de nuestra sociedad ¿Cuántas veces nos hemos encontrado en una situación donde fingimos placer sólo para vernos importantes? Salimos a la calle los domingos de cada mes de verano para votar porque esto resulta muy bien visto. Voy por la calle mostrando mi pulgar ennegrecido con una sonrisa estúpida. He cumplido con mi gobierno, con mi patria. Ahora que vengan otros seis años de olvido. O qué hablar cuando nos encontramos en un estadio de fútbol. Algunos de ustedes seguramente han estado. Escojan su equipo favorito y continúen con la lectura con eso en mente. Están viendo un partido pésimo, ven a los jugadores correr media cancha y comenzar a caminar, fingir caídas en el área chica para buscar un penal inexistente. Los ven pelearse por el árbitro mientras el adversario les pasa con el balón a toda velocidad. Es más fácil fingir un fuera de lugar que reconocer un error en la marcación. Así que tan pronto cae el gol que los mandará al sótano del tablero de posiciones, portero y defensas levantarán sus manos exigiendo un silbatazo con más elegancia y sincronización que nuestras medallistas de Pekín (y que alguien me recuerde sus nombres que tengo pésima memoria). Y allá el público sigue con los cantos y las porras. Venga mi equipo, venga hasta la final. No nos rendimos, no traicionamos a nuestro equipo. En las buenas y en las malas siempre seré [inserte su equipo favorito]. Y bueno, es que se siente bonito eso de los gritos y los abrazos, la solidaridad, las sonrisas y la alegría compartida, la euforia de un casi-gol (pero a la otra sí lo metemos). Es más fácil fingir diversión que verdaderamente reconocer lo pésimo del espectáculo.

¿Y cuando se trata de ver algún programa en domingo por la noche? No hay cosa peor que llegar, tomar el control y circular tres veces la totalidad de los canales sólo para descubrir que fuimos estafados una vez más. Sí, el paquete Premium tenía doscientos canales pero aunque fueran seiscientos hubiera sido el mismo sentimiento. Pero bueno, los vecinos verán en nuestra azotea el símbolo del estatus. El plato parabólico aquél que significa que tengo la capacidad de tirar cientos de pesos a la basura al mes para recibir un servicio tantito peor que aquél que ya podemos sintonizar nada más con acomodar un alambre a la entrada de mi televisión.

Alguna vez habrán sentido esa sensación en el fondo de su cuerpo. Como que se sienten engañados por el resto del mundo. Como que intentan acomodarse a un esquema de "bien vivir", como que ahí vamos fingiendo sonreír y pasarla bien. Total que para los demás nos va de maravilla. Así cuando te preguntan que si qué quieres tomar en aquella cantinita de mala muerte y les avientas un "merlot", debe tener alguna lógica. Las miradas del mesero primero, luego las risas en la barra. Luego la entrada del cantinero a la bodega para desempolvar alguna botella que seguramente tendrá un saborcito a vinagre propio de aquél vino que usan para desengrasar los platos. Pero te servirán la copa y todavía tendrás la desfachatez de mover un poco la bebida alrededor "para oxigenar". Le darás una fuerte aspiración metiendo tu nariz a la copa tal como lo viste en aquella película que rentaste hace algunos años "Entre copas" que desde entonces ha sido tu "wine for dummies" y luego le darás un largo trago fingiendo placer. Sí, placer. Sabes que el vino que apenas te trajeron es una mierda, pero aún así sonreirás. El resto de tus amigos seguramente tendrá frente a sí alguna cerveza corriente. Pero tú, señor, tú tendrás un vino con mucho peor sabor. Pero qué bonito te mira la gente, ¿no?

La verdad es que no hay nada como una copa de vino a estas horas de la noche mientras les escribo. El sabor amargo me lo aguanto todo por el gusto de las sonrisas que me arranca después de pasar la rayita de la etiqueta. Eso nadie me lo puede quitar.

10 comentarios:

Anónimo dijo...

Sniff, sniff... oh, este texto resultó mas lacrimógeno que una cebolla picada... Reva, ya aplaca tu pesimismo y vete de vacaciones a una playa, te urge.

wp1957 dijo...

Ah, ya somos 2.
Yo por eso prefiero agua o limonada.
O Coca-Cola. O té.
No se alentan los sentidos.

rm dijo...

anónimo, no te sientas apesadumbrado. En todo caso envíame el boleto de avión. De preferencia que sean dos para poder llevar a mi compañera.

wp1957, Coca-Cola te echará a perder tu dentadura y provocará gastritis y problemas en tus riñones. Pero conste que yo amo el vino. Sólo quise verme interesante y hablar mal de él

Anónimo dijo...

Por cierto, este tema lo debiste haber titulado "Formas extraordinariamente negativas de ver la inocuidad"

Anónimo dijo...

Me preguntó que evento desató este escrito, si llegar a tu casa, escuchar el eco de tus pasos y descubrir que el agua de tus tortugas está tan verde que se confunde con el colo de su caparazón o ver al vecino siempre atento de la cuadra que pasa a pedirte el pago mensual de la "seguridad" del lugar donde vives, porque válgame Dios una zarta de rufianes viven afuera de la barda perimetral

rm dijo...

Hey!, ese segundo anónimo sabe que el agua de mis tortugas es verde. Eso significa que ha estado en mi casa. Ahora me siento inseguro ¡Da la cara!

Pereque dijo...

Esto podría convertirse en una discusión muy interesante sobre qué es lo que hace que un lujo sea lujoso.

Pero mejor le mando este cuento.

¡Saludos!

rm dijo...

Podríamos! Adelante. Platiquemos lo que hace bueno algo malo. El cuento suena a como que lo podríamos replicar aquí, aunque para nuestra lastimosa suerte que yo sepa no tenemos ninguna revista de vinos suficientemente prestigiada como para jugarle la broma.

Anónimo dijo...

El partido democrata se convirtió en el primer partido político grande de Estados Unidos en nominar a un negro a la Presidencia. Estados Unidos y Europa planean venganza por Georgia. En México discutimos el tema del narco, la inseguridad, el aborto y los derechos civiles...

¿Qué días tan lentos, en cuestión de noticias, no? Ya es hora de cambiar la página.

El comentario sobre el vino me parece el mejor comentario a lo que ocurre a nuestro alrededor ;)

Anónimo dijo...

Digamos que es amor a un sabor que de entrada nos pareció terrible, por ejemplo: cerveza, vino, cigarro, whiskey, tequila...
Tan rico que es tomarse una piña colada y pagar el precio al día siguiente con la peor resaca de tu vida.
Yo prefiero el vino tinto :P aunque pinte los dientes.