La construcción del saber según Immanuel Kant se da en base a la clasificación de diferentes categorías. Agrupamos así lo que se asemeja y desagrupamos lo que diferencia. Sobre este supuesto lógico que parece obvio, quiero partir.
Establecer categorías nos obliga en primera instancia a discriminar. Tendremos que tomar decisiones basadas en nuestros sentidos. Lo grande lo agrupo con lo grande, lo liviano con lo liviano, lo suave lo diferencio de lo rugoso.
A medida que el pensamiento se vuelve más abstracto comenzamos a tener problemas para definir y establecer semejanzas y diferencias pues cada vez se vuelve más producto de un criterio del clasificador, que características reconocibles a simple vista por todos.
Una de las clasificaciones más famosas en el entorno político han sido las discriminaciones (en el buen uso de la palabra) de las izquierdas y las derechas. Suponemos que sobre ciertas características imposibles de falsear podemos categorizar todo el pensamiento político y los proyectos del gobierno en turno.
El revoltoso, el fascista; el izquierdoso y comunista, el fresita y el naco. El maniqueísmo en toda su expresión que nos lleva al punto de la descalificación sencillamente por no pertenecer a determinado grupo al que obviamente yo como clasificador pertenezco.
Algo así han estado haciendo los medios de comunicación, los analistas, periodistas, líderes de opinión, profesores, los partidos políticos, los sindicatos, los grupos de interés ya sean empresarios o trabajadores. Todos hemos entrado en este juego de suma cero en donde la clasificación se ha convertido en una cuestión de supervivencia de nuestra causa, cualquiera de las dos que estemos defendiendo con nuestra vida.
El pensamiento, decía Immanuel Kant, se basa en la clasificación. Necesitamos establecer parámetros que nos permitan ordenar lo que vemos, lo que sentimos, lo que conocemos. Si no lo hacemos así se convertiría fácilmente en asunto de distorción.
El relativismo en el que la política siempre ha estado inundada es quizá uno de sus más graves problemas pero es también ese encendedor de pasión que muchas veces mueve a las sociedades hacia estadios de progreso más avanzados (esto último me sonó a pleonasmo, espero me disculpen).
La categorización nos permite identificarnos con aquéllos que piensan igual que nosotros y establecer una frontera con los que son diferentes. Por supervivencia de lo que nosotros creemos tenemos que desacreditar lo contrario o ellos harían lo propio para acabar con nuestro argumento.
No critico esta forma de pensamiento pues nos ha permitido evolucionar hacia teorías y modelos explicativos del funcionamiento de la naturaleza y de las sociedades, sin embargo mal utilizado puede caer en simplismos como los que desafortunadamente estamos viviendo actualmente.
Las diferencias ideológicas no pueden bastar en que yo soy de izquierda y tú de derecha. Muchas veces aceptamos dogmas de fe sencillamente por sentirnos aceptados en un grupo. Cuántas veces como individuos de izquierda no nos sentimos tentados a defender la dictadura de Fidel Castro, sólo por defender a la izquierda a pesar de todo lo demás. O cuántas veces no tuvimos que defender al capitalismo a pesar que ante nuestros ojos se cometía la peor de las injusticias contra los trabajadores que a pesar de trabajar durante todo el día ni siquiera tienen dinero para llevar alimento a la boca de sus hijos.
La aceptación de la categorización simplista nos lleva al terreno del partido de fútbol, en donde podemos ver cómo nuestro jugador estrella le rompe el tobillo al delantero estrella del equipo contrario y a pesar de eso lo celebramos con un brindis de buena cerveza.
Cometer esa tontería en política es no entender la forma en que la sociedad está compuesta. Los diferentes grupos de interés establecen agendas políticas afines con sus particulares objetivos, esto lo ha defendido Robert Dahl. La política entonces es el resultado de esta lucha de diferentes grupos políticos por poner su hoja hasta arriba de todas las peticiones. No hay conflicto entre esto y lo que he defendido. Sencillamente que como analistas y actores tendríamos que desprendernos de esos dogmas y entender el entorno político a través de los diferentes grupos: cada uno defiende su propio interés sin que existan ángeles y demonios, o pierrots contra octagones.
No estoy diciendo que nos tomemos todos de las manos y cantemos qué mundo feliz, pero quiero aprovechar este espacio para criticar el simplismo ideológico que ahora estamos experimentando en nuestro país: No soy un naco idiota sin sentido común por querer un recuento de los votos, ni tampoco soy un fascista reaccionario y vendepatrias por creer que el IFE hizo bien su trabajo.
La categorización entre buenos y malos la mayoría de las veces únicamente ha servido para que ciertos grupos aprovechen estas ocasiones e impongan sus ideas por encima del bien común. Establecer diferencias nos serviría entonces para descalificar pero no para clasificar.
Quiero terminar con una pregunta provocadora: ¿verdaderamente crees que importa tanto quién llegue a la presidencia? Quiero pensar que ya dejamos atrás esos tiempos cuando un solo hombre decidía el destino de decenas de millones de mexicanos.
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