octubre 22, 2008

Derecho a la morbosidad

Estoy seguro que cualquiera que viva en Monterrey lo habrá experimentado. Es más, aunque no se viva aquí es muy probable que la escena se repita en cualquier ciudad. Pasa un accidente e inmediatamente el tráfico se detiene. No importa si es aparatoso o no, no importa si hay heridos o no. No importa si invade carriles o si se encuentra justo en los carriles en sentido contrario de forma que no hay razón para que estemos detenidos, y sin embargo lo estamos. No importa, irremediablemente pisaremos el freno, voltearemos al lugar del accidente, observaremos la desgracia ajena hasta la saciedad y entonces procederemos con nuestro camino, probablemente con un "qué barbaridad". Podremos ir mentando madres durante los treinta minutos que nos lleven hasta el origen del tráfico, pero cuando estemos frente al carro aplastado, las patrullas y la ambulancia, contribuiremos al desmadre ciudadano. Lo imaginamos como nuestro derecho después de haber esperado tanto nuestro turno. Si todos lo hicieron ¿por qué yo no?

Cuando sabemos de historias de corrupción o de escándalos políticos, normalmente hacemos lo mismo. Pensamos que es por eso que el sistema no funciona, que tenemos que generar un cambio cultural para que el país pueda cambiar. No hay de otra. Vamos avanzando por la fila interminable del accidente. Maldecimos a los maestros que se ponen a hacer paros y plantones en lugar de darles clases a nuestros hijos. Son unos privilegiados que en lugar de rezongar deberían ponerse a trabajar como todos nosotros. Luego vemos a un par de ejemplares políticos en la televisión tomando la tribuna y lanzando consignas contra el sistema. Rogamos para que del cielo bajen arcángeles que los hagan desaparecer de la faz de la tierra. Es por culpa de ellos que todo está detenido, intentamos focalizar todo nuestro coraje contra los malvados que retrasan a nuestro país, que no le permiten llegar al primer mundo y a la riqueza. Hasta somos capaces de mostrar paso a paso cómo es que México podría lograrlo si es que todos nos ponemos de acuerdo en que eso que yo pienso es lo mejor para todos.

Vamos por la vida creyéndonos poseedores de las respuestas necesarias. Suponemos que nuestra propia existencia es un activo y que sólo es cosa de que el resto del mundo se dé cuenta de nuestra sabiduría extraordinaria para que comiencen a escucharnos. Seguimos avanzando por esa línea, y luego sucede. Llegamos al punto del accidente. Nos percatamos que todo lo que hizo que los demás se detuvieran después de todo no era una tontería. Es un carro completamente despedazado, con personas mutiladas a la vista, con la prensa y los policías tomando nota, con un charco de combustible avanzando peligrosamente hacia otro automóvil encendido. No puede uno nada más dejar ese espectáculo porque sí. Tenemos la oportunidad de seguir avanzando y ayudar en algo con el problema pero es mejor detenerse y no perderse nada de lo que tenemos ante nuestros ojos.

Normalmente tendremos en la vida algunas ocasiones de hacer una diferencia. Podremos decidir si nos quedamos viendo la morbosidad de la situación o si hacemos algo para resolverlo. Está en nuestra cultura detenernos, o al menos eso es lo que nos hacen creer los que van justo delante de nosotros que van haciendo lo mismo. Tenemos la desfachatez de pitarles para que se muevan pero cuando es nuestro turno ejerceremos nuestro derecho a la morbosidad sin ningún recato ¿Estaremos a la altura de la situación cuando esto suceda o haremos como todos? ¿Maldito sistema hasta que nos toca a nosotros disfrutarlo?

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Buena comparación...
Esta en nuestra naturaleza de verdad o es simplemente las ganas de seguir como borregos a todos los de enfrente?
Se requiere de una fortaleza muy grande para saber diferenciar cuando dejamos de ser parte de los observadores, y cuando se necesita de nuestra acción. Mucha valentia el actuar para remediar una situación en vez de empeorarla.
Creo que es algo que debemos enseñar por medio del ejemplo. Aquí, la acción de solo uno puede hacer la diferencia. El primero que avance sin observar con morbo, quizá sea el que pueda ser seguido por los de atras.

Anónimo dijo...

Buena comparación...
Esta en nuestra naturaleza de verdad o es simplemente las ganas de seguir como borregos a todos los de enfrente?
Se requiere de una fortaleza muy grande para saber diferenciar cuando dejamos de ser parte de los observadores, y cuando se necesita de nuestra acción. Mucha valentia el actuar para remediar una situación en vez de empeorarla.
Creo que es algo que debemos enseñar por medio del ejemplo. Aquí, la acción de solo uno puede hacer la diferencia. El primero que avance sin observar con morbo, quizá sea el que pueda ser seguido por los de atras.